viernes, 23 de octubre de 2009

MANIFIESTO OCTUBRE TRANS ECUADOR

Atuntaqui, Ecuador, 4 de Octubre de 2009.En el Ecuador cada vez más personas y colectivos nos nombramos transgéneros, travestis, transexuales, intersex, bigéneros, andrógin@s, trans en el cuerpo, trans en el género y, sobretodo, “trans en la cabeza”[1] . Desde antes de que usáramos estas palabras, y en lugares periféricos como la costa rural, o la calle, también nos habíamos nombrado, y nos seguimos nombrando, machonas, pirobos, hombradas, karishinas, machis, y con tantos otros términos que – aunque desconocidos por la cultura oficial – hablan de nuestros cuerpos-géneros.Quizá en las sociedades del norte en las que ha nacido la campaña Stop Trans Pathologization 2012, la transfobia asume expresiones más institucionalizadas que en nuestro lado del mundo. Pero, institucionalizada o no, explícita o sutil, por acción o por omisión del Estado, la descalificación y la violencia sobre los cuerpos distintos es un común denominador que denunciamos en cuantas ciudades y países participamos de este Octubre Trans. Con estos antecedentes, reunid@s en Atuntaqui, provincia de Imbabura, en la sierra norte del Ecuador, personas y colectivos trans y transfeministas de Azuay, El Oro, Imbabura, Los Ríos, Manabí, Pichincha y Santo Domingo de los Tsáchilas,AFIRMAMOS:Que la descalificación de todo y tod@s l@s que ocupam@s “los lugares femeninos” de la sociedad nos incluye a las mujeres, a l@s femenin@s, a l@s feminizad@s, a "los" que osan emascularse, a "las" que osan masculinizarse, a los “mandarinas”, a otros "hombres no tan hombres", a las mujeres-machas, a los hombres-hembros, a las personas con cuerpos intermedios, o con géneros intermedios, o con actitudes intermedias; y, en definitiva, a las personas de cualquier condición sexo-genérica que con nuestros tránsitos, ambigüedades y transgresiones más o menos conscientes, cuestionamos lo estático, lo unívoco y lo jerárquico del orden patriarcal.Que la patologización es uno de los modos históricos de descalificación de las existencias femeninas y trans, y de afirmación – y recuperación – del orden patriarcal. Que la patologización se articula en espacios informales y formales y, por lo tanto, se expresa en prácticas en ocasiones ilegales y en ocasiones revestidas de legalidad y legitimidad científica. Arraigada en instituciones pero también, y tal vez más peligrosamente, “en el sentido común”[2]; la patologización termina reforzando o justificando otras prácticas transfóbicas, como la violencia y la exclusión. Por eso,DENUNCIAMOS:Que en las calles de Quito en que nos manifestamos este 17 de Octubre; en la Michelena, en la Mariscal, en la Plaza del Teatro o en “La Y”, la transfobia se expresa en insultos, botellazos, balines de goma, huevos y crímenes de odio que buscan “borrar lo trans”, aniquilando a comunidades culturales visibles, como lo son las familias de trabajadoras sexuales callejeras.Que la privación histórica en el acceso a la vivienda, al empleo, a la educación y a la salud nos ha confinado a una supervivencia en guetos socio-culturales y económicos y que esta existencia paralela o “coexistencia de espaldas”[3] también borra lo trans.Que la discriminación en el acceso al espacio público es una de las prácticas más violentas sobre los cuerpos y estéticas distintas en la ciudad, y que las batidas policiales que limpian las calles de específicos colectivos que las ocupamos “sin objeto plausible alguno” [4] hacen parte de esa práctica. Que, en Ecuador, las personas que nacemos en biologías femeninas, sufrimos de cargas laborales más pesadas, una peor calidad de vida, peor nutrición en relación con los hombres biológicos, y un control más cerrado por parte de nuestras familias sobre nuestras vidas y decisiones sexuales. En la privación del ocio y, por tanto, del “lugar en el que se reinventan las cosas”[5] , los transgéneros masculinos, al igual que las mujeres, nos vemos privad@s de la posibilidad de reinventar nuestro propio cuerpo.Que en Manabí –provincia con cierta prevalencia de nacimientos intersex – a l@s “indefinid@s” se nos obliga a vivir como varones. Mientras, en otros lugares, el criterio quirúrgico se inclina hacia la feminización como una opción más fácil de “normalización” de “genitales ambiguos”, aquí se prefiere la “equivocación” hacia el lado masculino. Y, aunque escapar del bisturí constituye tal vez una “ventaja de la desventaja” propia de nuestra realidad, todavía estamos lejos, en todas partes, de escapar de la tiranía de tener que sobrevivir en un orden binario de cuerpos-géneros en el que de partida no encajamos.Que en provincias como Guayas y Pichincha, existen clínicas privadas de rehabilitación que ofrecen tratamientos psicológicos para “curar” la homosexualidad femenina y la transexualidad [6]; y que la existencia de estas clínicas evidencia esa patologización grosera y abiertamente ilegal que, no obstante, encuentra la complicidad de familias enteras y la negligencia del Estado ecuatoriano; cuando, cinco años de denuncias, no han sido suficientes para clausurar definitivamente estos establecimientos, o evitar que reabran con facilidad.Que, en nuestra cultura blanco-mestiza predominante, heredera de un Derecho occidental, la enfermedad mental ha ido de la mano de una de las instituciones jurídicas más determinantes de la vida civil – la “capacidad” – que designa la facultad de l@s sujetos de representar sus “propios y personales derechos” o, alternativamente, requerir el tutelaje de tercer@s o el del Estado mismo; y que, en el saco de l@s “incapaces” hemos estado, históricamente, las personas que ocupamos los lugares femeninos de la sociedad.Que, a treinta años de que en el Ecuador la mujer casada haya dejado de necesitar la ratificación marital de sus actos civiles [7] y el permiso marital para ejercer su libertad de tránsito, la tutela patriarcal sobre los cuerpos femeninos y trans permanece, en cambio, básicamente incuestionada.Que la tutela patriarcal se expresa, en el peor de los casos, en un sistema penal que castiga los actos de disposición sobre el propio cuerpo; y, en el mejor de los casos, en un sistema de salud negligente que condena a las personas a intervenirse corporalmente sin asistencia alguna y por propia cuenta y riesgo, desestimando las prácticas identitarias como actos caprichosos de estética. De ahí el fenómeno común de la auto-cirugía, la auto-hormonización, y la utilización de sucedáneos peligrosos del silicón quirúrgico, como la inyección directa de aceite de avión y otras sustancias, que cobran cientos de vidas trans cotidianamente.Que, en sociedades del norte que, a diferencia de la nuestra, han aprobado legislaciones y servicios de salud específicos “en beneficio” de la población trans, la tutela patriarcal también permanece incuestionada, sólo que se expresa, más sofisticadamente, en el diagnóstico psiquiátrico de “disforia de identidad de género” que re-edita aquella antigua conexión entre enfermedad mental e incapacidad que históricamente ha pesado sobre las mujeres y otr@s femenin@s.Que el aparataje psiquiátrico y médico que en esas sociedades se pone al servicio de una reasignación binaria de sexos-géneros también borra lo trans, pues condena a las personas trans a existir únicamente en dos planos, a saber: como anhelos fallidos de “mujer” u “hombre” en tanto disfóric@s diagnosticad@s, o, como “hombres” o “mujeres” post-transexuales en tanto disfóric@s tratad@s.Que la reasignación binaria de sexos-géneros, además de transfóbica, es una práctica racista y colonial, que corrige, reasigna y construye a est@s hombres y mujeres post-transexuales con base en canones eurocéntricos de masculinidad y feminidad.A pesar de todo esto, desde la resistencia corporal, la conciencia transfeminista, y la intención política de “subvertir desde dentro”, CELEBRAMOS:Que sumarnos a esta Campaña Internacional de Pare a la Patologización de la Transexualidad nos involucra a tod@s en un diálogo intercultural que matiza nuestras respectivas comprensiones de la causa trans en el mundo, porque nos permite desenmascarar formas de transfobia con las que acaso convivimos sin darnos cuenta; y prevenir que otras podrían introducirse en nuestro entorno, o hasta “importarse” deliberadamente.Que la diversidad trans existe a pesar de los intentos institucionales por borrarla y a pesar de las marginaciones históricas de nuestra experiencia; y que es una diversidad que se desborda en una multiplicidad de expresiones culturales, instituciones propias, lenguajes propios e identidades colectivas que no dependen del canon civilizatorio oficial, ni del sistema jurídico formal, ni de las instituciones oficiales para existir. Por eso tenemos nombres culturales, y apellidos culturales, y familias culturales y géneros reales, más allá de los nombres, apellidos, parentescos y sexos legales. Y por eso, ni la androginia de la costa, ni el travestismo de la sierra, ni el fenómeno extendido de la maternidad transmasculina en Ecuador pasan por el bisturí, por la tecnología, por el dictamen estético o por el diagnóstico psiquiátrico de la cultura dominante. Que, gracias a la alianza transfeminista que sostuvo una “presencia incómoda” [8] en la Asamblea Nacional Constituyente de Montecristi-2008, tenemos una Constitución que enuncia expresamente la no discriminación por identidad de género, la libertad estética, el derecho a la identidad, el reconocimiento a la diversidad familiar y cultural, y una acción de protección que se inscribe en la tendencia de un neo-constitucionalismo latinoamericano de avanzada.Que, bajo ese marco constitucional, en la afortunada ausencia de una legislación patologizante, y gracias al activismo judicial alternativo, en el Ecuador son posibles, en la cédula de identidad, combinaciones discordantes entre imagen y nombre, y entre nombre y sexo, y, desde el 2007, son posibles los cambios de nombre, y han sido posibles, incluso, los cambios judiciales de sexo, sin prerrequisito de tutela psiquiátrica ni tratamiento alguno de normalización corporal.Con este balance de adversidades y oportunidades, y en solidaridad con realidades similares y distintas del resto del mundo,EXIGIMOS:La retirada de la “disforia de identidad de género”, o “trastorno de identidad de género” de los catálogos de la Asociación Americana de Psiquiatría y de la Organización Mundial de la Salud.La supresión del sexo legal de los documentos que atañen a la vida civil.La correcta ubicación jurídica del sexo biológico, la identidad de género y las variantes corporales como factores no susceptibles de discriminación.El derecho a la imagen y al nombre libremente escogidos y sin condicionamientos.El respeto a las formas de identificación alternativa de diversos colectivos culturales y su convalidación legal, en caso de ser necesaria.La supresión de la tutela psiquiátrica sobre los actos de disposición sobre el propio cuerpo y como pre-requisito de ciudadanía.El derecho a la intervención corporal libre de riesgos y la correcta ubicación de la intervención médica, como garante del derecho a la vida y a la salud, previo consentimiento informado.El cese a las prácticas de mutilación genital e intervención corporal no consentida en personas intersex.La concepción de un sistema de salud, entendido, como lo recoge la actual Constitución ecuatoriana, como parte del alli kawsay o “buen vivir”, y de cuyos servicios no tienen derecho a beneficiarse sólo las personas enfermas, sino también las personas sanas con necesidades específicas.La implementación de políticas anti-discriminación y políticas de interculturalidad que propicien la convivencia cotidiana, entre quienes hemos “coexistido de espaldas”.¡PARE! La transexualidad no es enfermedad¡PARE! La identidad no se diagnostica¡PARE! No a la obligación de escoger entre identidad y salud o entre identidad y cualquier derecho¡PARE! No a las prácticas de normalización intersex¡PARE! No a las prácticas que borran lo trans[1] Recogiendo un aporte de Ana Almeida, del Proyecto Transgénero. [2] Recogiendo un aporte de Andrea Aguirre, de las Mujeres de Frente, Casa Feminista de Rosa. [3] Como diría Boaventura de Souza Santos. [4] Usando el lenguaje textual del artículo 612 del Código Penal ecuatoriano, que todavía se usa para reprimir a trabajadoras sexuales trans y otr@s “sospechos@s” en el espacio público. [5] Recogiendo un aporte de Pablo Mogrovejo, de la Coalición Ecuatoriana para la Diversidad Cultural. [6] Como lo han venido documentando Tatiana Cordero, Taller de Comunicación Mujer, y Fundación Causana. [7] Nos referimos a la reforma en la legislación civil de 1979. [8] Así se denominó a la alianza entre el Proyecto Transgénero, Confetrans, Coalición por la Despenalización del Aborto, Mujeres de Frente, Casa Feminista de Rosa, Causana y otros colectivos feministas durante la Asamblea Constituyente.

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CONFEDERACION ECUATORIANA DE COMUNIDADES TRANS E INTERSEX
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CASA TRANS "RESIDENCIA POLITICA TRANS-FEMINISTA"
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(593) 9812-01-63E-mail: incidencia.transgenero@gmail.com http://www.proyectotransgenero.org/ http://www.confetrans.org/ http://www.casatrans.blogspot.com/ http://www.transtango.blogspot.com/

jueves, 8 de octubre de 2009

martes, 6 de octubre de 2009

Una vez más... con ganas. por Dean Spade

Últimamente mi vida pasa por recalcar pronombres. Es una de mis principales ocupaciones sociales. ¿Cómo se llegó a esto? Qué paradójico: mi proyecto trans se relaciona con la destrucción de las clasificaciones genéricas rígidas y con la ocupación de posiciones de sujeto contradictorias, múltiples, y de características de género que no sean monolíticas, pero dedico gran cantidad de tiempo a recalcar “él”. ¿Me convertí en un aterrador defensor del género? No, pero todos los días me veo obligado a enfrentar el hecho de que la mayor parte de la gente –incluso gente que yo espero que dé muestras de entusiasmo y emoción respecto del trabajo que hago con mi propio cuerpo y mi mente, y con la mente de los demás, para desestabilizar el género- no puede arreglárselas para decirle “él” a alguien a quien le decía “ella”, o a alguien que a sus ojos no parece un chico. Claro, si alguien está conmigo, empieza a notar que nadie y todo el mundo parece un chico. Es así que, cuando insisto en que se me diga “él”, lo que recibo es lo siguiente, todo ello por parte de personas que, estoy seguro, tienen buenas intenciones y dirían que me respaldan, a mí y a la gente trans en general.
Categoría 1: desplazamiento de la responsabilidad. Existen dos versiones. La primera se produce cuando conozco a alguien y le informo que prefiero el pronombre “él”. Dice algo como, “Es difícil”, “Vas a tener que ser paciente conmigo”, o “Corrígeme cuando me equivoque.” La segunda versión es la de las personas que ya me conocen y saben que yo uso “él”, pero que continuamente usan “ella” cuando se refieren a mí. Cuando se los recuerdo, dicen: “Por favor, lo intento” o “Por favor, la mayor parte de las veces lo digo bien.”
Esas personas dicen la verdad. Es muy difícil transformar los pronombres en un proceso consciente en lugar de moverse de forma irreflexiva con una presunción basada en señales sociales que nos inculcan desde que nacemos. Sin embargo, la disposición de esas personas a fracasar en la difícil tarea de pensar de forma activa ahí donde lo habitual era no pensar, es algo que no está bien. Es de una miopía imperdonable considerar esa falta de conciencia sólo desde una perspectiva individual de dificultad, en lugar de reconocer que se trata de una condición sociopolítica que se nos impone a tod*s. Es comprensible que alguien se sienta intimidado cuando se encuentra con una concepción y un uso del lenguaje nuevos y desafiantes, pero no está bien negarse a un compromiso crítico y esperar que aquéll*s cuyas posiciones de identidad se excluye sean infinitamente pacientes.
No hay nada de inocente ni de trivial en el hecho de equivocarse y decir “ella” en lugar de “él” al referirse a una persona que eligió adoptar el pronombre “incorrecto”. Incluso si se lo hace de forma no deliberada, ese descuido se origina en y sostiene las dos reglas fundamentales del género: que todas las personas deben tener el aspecto del género específico (hombre o mujer) por el que se las interpela, y que ese género es fijo y no se lo puede cambiar. Cada vez que se produce ese desplazamiento de responsabilidades, las personas que no son trans afirman esas reglas de género y, al hacerlo, me informan que no se tomarán el trabajo de ver el mundo fuera de esas reglas.
Por otra parte –y es ahí donde se hace evidente el desplazamiento de responsabilidades-, al esperar que siempre se l*s corrija cuando se equivocan y considerar que yo debería ser razonable y no esperar más que un uso parcial del pronombre que prefiero, se asegura que sea siempre yo el que cargue con la responsabilidad de la violación de las normas. En realidad, al poner en práctica las reglas que l*s obligan a llamar “ella” a la gente que parece una chica, lo que hacen es agobiarme con las reglas de fijación de género. Eso, en efecto, hace que los problemas que surgen de la confusión de otr*s respecto del género percibido sean exclusiva responsabilidad de la persona que confunde –la persona trans-, en lugar de producto de un sistema de género de una rigidez diabólica que castiga la capacidad de cada un* de tener una vida plena.
A menudo las personas que dan respuestas de desplazamiento de responsabilidades se identifican con la política feminista y, en principio, coincidirían en que la jerarquía y la rigidez de género son algo terrible y en que la gente debería poder cambiar su posición e identificación genérica individual, así como redefinir el significado de las identificaciones de género tradicionales. Sin embargo, cuando desplazan la responsabilidad de lo difícil que les resulta acordarse o de cómo lo dicen bien la mayor parte del tiempo, siguen haciéndome saber que lo que les pido que hagan y repiensen tal vez sea demasiado esperar. No lo es. Es posible cambiar la forma en que se piensan los pronombres. Es desconcertante, maravilloso y anula por completo la capacidad de moverse con soltura en el género dicotómico. Ese es el punto. Si alguien no se siente desconcertad* y frustrad* por usar palabras como “él” y “ella” para encasillar a todo el mundo, entonces debería esforzarse más.
Categoría dos: ser una víctima trans. Una popular respuesta a las quejas sobre el uso de pronombres es un discurso comprensivo sobre el respeto. Esa fue la actitud que tuvo conmigo mucha gente luego del fiasco de la Vergüenza Gay, en cuyo escenario se me presentó como “ella” antes de que hablara. Muchas de las personas maravillosas a las que eso indignó, lo describieron como una cuestión de respeto y de falta de generación de un espacio seguro para las personas trans en la Vergüenza Gay (una instancia activista que se organizó en oposición al mercantilismo del Orgullo Gay). Si bien hay un problema de respeto y eso, de hecho, hace que el espacio sea inseguro para las personas trans, esa actitud circunscribe el problema a l*s trans. Cuando oigo que personas que no son trans dicen que debería llamárseme por el pronombre que yo elijo porque hay que respetar mi elección, es algo que bordea el argumento de la tolerancia, como si las personas trans fueran de algún modo personas diferentes en cuya presencia hubiera que respetar su diferencia, pero nada más. Eso se relaciona con la idea de que debería “respetarse” a todas las personas “diferentes”, ya se trate de discapacitad*s, viej*s, inmigrantes, de color, trans, gay, etc. llamándol*s como ell*s quieren, pero que no debería analizarse el hecho fundamental de su diferencia y de la existencia de una norma.
A menudo esa actitud se acompaña de una consideración de esas personas diferentes como víctimas, como marginales patétic*s a quienes l*s demás deberían sonreír y a l*s que habría que honrar con un día escolar o laboral especial en el que tod*s discutamos qué buena es la diferencia.
No busco que la gente se obligue de manera irreflexiva a decirme “él” a los efectos de evitar que me sienta incómodo. Si mi objetivo fuera la comodidad, probablemente habría seguido un camino más fácil que el que sigo, ¿no les parece? No elegí la palabra “él” porque piense que significa algo más verdadero, ni porque sienta que es más cómoda ni deliciosa. Ningún pronombre se siente como algo personal. La elegí porque el acto de decir “él”, de ver mi cuerpo y la forma en que se identificó mi género desde que nací, rompe con los procesos opresivos que fijan el género como algo real, inmutable, que determina la posición de cada un* en la vida. No espero que la gente vea que soy diferente, que dibuje una sonrisa falsa en el rostro y se obligue a decir una palabra sin pensar. Espero que se sienta involucrada, que eso la lleve a pensar sobre la realidad del género de tod*s, que le haga sentir que puede hacer lo que quiera con su género, o que por lo menos genere una duda ahí donde habitualmente ésta no existiría. Sin duda eso nos resultará incómodo a tod*s, pero creo que sentirse incómod* con el sistema opresivo de rígida asignación de género es un gran paso adelante en lo que respecta a desmantelarlo.
Adelante, entonces. Traten de pensar más allá de los límites de la “tolerancia” que nos enseñan en las clases sobre la diversidad que nos dan en la universidad, en el trabajo o por televisión. Oblíguense a hacer algo más que fingir una conducta respetuosa que hará que las “personas diferentes” se sientan cómodas. En lugar de ello, analicen qué significan esas diferencias, cómo se crearon, en qué se basan y cómo determinan el comportamiento, el poder, el acceso y el lenguaje. El respeto y un espacio seguro son un buen comienzo y un logro por el que se luchó mucho, pero la verdad es que aspiro a una actitud más comprometida en relación con la diferencia.
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Extraído de Morty Diamond (ed.), From the inside out. Radical Gender Transformation, FTM and Beyond. Manic D Press, San Francisco, 2004. Traducción de Joaquín Ibarburu